Dime qué idioma hablas y te diré cómo eres

qué idioma hablas

¿Sabías que tener como lengua materna el español, el francés o el inglés puede influir en tu forma de pensar? Esta fue la teoría que mantuvo durante la década de los 40 Benjamin Lee Whorf. En su artículo «Ciencia y lingüistica» teorizó sobre la influencia que el idioma tenía de forma directa en nuestro cerebro, considerando que incluso los conceptos más básicos podían no ser entendidos de la misma manera por personas que hablaran diferentes lenguas.

La realidad es que Benjamin Lee Whorf tenía gran parte de razón y que la lengua que aprendemos de pequeños tiene su impacto en los hábitos que adquirimos a lo largo de nuestra vida y en la forma de expresarnos. Pero, ¿es la lengua la que rige nuestra forma de pensar o al contrario?

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Por ejemplo, idiomas como el español, el alemán o el francés, que cuentan con grandes diferencias en los géneros de las palabras, obligan al pensamiento también a hacerlo, mientras que en el inglés los adjetivos son neutros, por lo que no es necesario especificar tanto respecto a ellas. Por esta razón, es natural que un español o un alemán siempre piensen en géneros al hablar incluso aunque lo hagan en otro idioma. Con lo cual, obviamente, el idioma influye en nuestro pensamiento, incluso sin que seamos conscientes de ellos.

Otro ejemplo muy claro lo tenemos entre el alemán y el español. Por ejemplo, palabras como montaña o mariposa, aunque en español son femeninas, en alemán son masculinas, por lo que los alemanes lo relacionan con algo masculino. Con lo cual, se concluye que nuestra forma de hablar también moldea la forma en la que pensamos.

Pero la cosa va aún más allá. Y es que no solamente los géneros influyen en nuestra forma de pesnar, sino que nuestra lengua materna también tiene su impacto en cómo eprcibimos los colores. Y es que mientras algunas lenguas tienen distintos nombres para los colores, en otros se considera que un color no es más que una variante del mismo tono. Un buen ejemplo de ellos on los daní, un pueblo de Nueva Guinea que se dedica a la agricultura. En esta cultura, solamente existen dos palabras para diferencias los colores: claro y oscuro. Debido a ello, una persona daní es incapaz de diferenciar los colores de la misma manera que lo hace, por ejemplo, un español.

Si nos fijamos en conceptos algo más complejos, podemos extraer uno de los mejores ejemplos que Benjamin Lee Whorf propuso para ilustrar sus teorías. Por ejemplo, el inglés solamente existe una palabra para definir la idea de «nieve», mientras que un esquimal tiene numerosas palabras en su idioma para hacerlo y describir los diferentes tipos de nieve que existen. Lo cual es natural, ya que viven en contacto constante con ella. Un esquimal tiene una palabra para hablar de la nieve que cae, otra para la nieve húmeda y otras muchas para definir su aspecto. Lo que demustra claramente que los esquimales experimentan la nieve de una manera muy diferente a la que lo hace un ingles, por ejemplo.

Es cierto que el idioma que hablamos no es una cuadrícula que regule por completo toda la percepción de nuestro entorno y de nuestro pensamiento, pero resulta indicutible que tiene cierta influencia en nuestra orientación a la hora de experimentar el mundo y de responder a las experiencias que vivimos de una manera u otra. Puede que todos pensemos lo mismo, pero la experiencia que vivimos puede cambiar de una persona a otra simplemente por el idioma que habla.

Eso sí, hay que decir que la teoría de benjamin Lee Whorf no ha podido se rprobado totalmente, por lo que no podemos decir con seguridad que un idioma facilita o dificulta algunas formas de pensar. Lo que sí resulta interesante es el hecho de reflexionar sobre ello.

Y lo cierto es que no fue el primero, ya que algunos lingüistas o personas que hablan diferentes lenguas han llegado a estas mismas conclusiones bastante tiempo atrás. Es el caso del rey Carlos I, que hablaba de manera fluida seis idiomas. Decía lo siguiente: «Hablo en italiano con los embajadores; en francés, con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y español con Dios. El hombre es tantas veces hombre cuanto es el número de lenguas que ha aprendido». Lo que quería decir obviamente es que su comportamiento cambiaba en función del tipo de persona con el que estuviera hablando por el idioma que debía usar en cada momento y que, a lo largo de su vida, habían forjado su manera de ser. Un hombre distinto por cada idioma que ha aprendido.

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