La jerga cientÃfica y médica está llena de vocables que resultan casi imposibles de pronunciar y que todos alguna vez oÃmos en el colegio, como electroencefalografista, desoxirribonucleico o dimetilnitrosamina. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos para encontrar palabras de uso común que, incluso para aquellos que tienen el español como lengua materna, resultan difÃciles de pronunciar con fluidez.
No es que tengamos un problema fÃsico, ya que sabemos pronunciar todos los sonidos de nuestro idioma, la dificultad tiene que ver en la combinación que se produce. Y es que cuantas más consonantes seguidas encontramos en una palabra, más complicado nos resulta decirrla bien. Es el caso, por ejemplo, de transgresor, monstruo o Israel. Pero además, a la hora de vocalizar con soltura, la complicación puede estar en el hecho de que se trate de una palabra que no usamos muy a menudo. Mientras que transportista tiene su dificultad por las sÃlabas que llevan varias consonantes seguidas, caleidoscopio es difÃcil por el escaso uso que hacemos de ella y no por los sonidos que contiene.
La lista de palabras que decimos mal y que termina convirtiéndose en verdaderos trabalenguas es amplia: ventrÃlocuo, idiosincrasia, institucionalización, cronómetro, antihistamÃnico…
Pero además, hay palabras que terminan siendo mal dichas la mayor parte de las veces y que se convierten en un auténtico martirio durante un discurso, como metacrilato, esparadrapo o pasteurizado. Poniendo a prueba nuestra paciencia y la de las personas que nos escuchan.
Nuestra mente nos desafÃa
Debes saber que nuestra mente muchas veces nos pone trampas. Es el caso, por ejemplo, de las falsas identificaciones de una palabra con otra, lo que puede llevarnos a cometer errores incluso con palabras sencillas. Es el caso, por ejemplo, de la palabra viniste. Muchas personas dicen «vinistes», considerada por la norma actual como vulgar y que no debe ser utilizada. Pero, ¿por qué decimos mal algo que parentemente parece tan fácil? Se trata de una cuestión de analogÃa morfológica con la segunda persona «vienes», lo que provoca la confusión.
De lo fÃsico a lo léxico
También puede suceder que una persona cuenta con dificultades fÃsicas a la hora de pronunciar bien determinados sonidos, como ocurre con la erre fuerte o que incluso añada sonidos que no existen. Pero lo cierto es que para ningún hablante nativo ningún fonema suelto presenta dificultades por sà mismo. Se trata más bien de la combinación de algunos de ellos.
Aquellas palabras que presentan sÃlabas abiertas como casa, cama o mano son más fáciles de pronunciar que aquellas que tienen elementos cerrados como delfÃn o árbol. Y lo mismo ocurre con las sÃlabas complejas que incluyen más de una consonante, como prudente o sombrero.
El nivel cultural del hablante
En algunas ocasiones, debido al bajo nivel cultural del hablante o el contexto en el que nos movemos, cometemos errores muy graves que constituyen auténticas patadas a la lengua de Cervantes. Por ejemplo, hay personas que pueden llegar a decir esparatrapo en vez de esparadrapo, únicamente por las últimas sÃlabas del primer término nos resultan más familiares e, incluso, hay personas a las que la palbra correcta puede sonarles completamente desconocida.
Por otro lado, hay que tener en cuenta todos aquellos hábitos que hemos ido adquiriendo y que no hemos llegado a corregir. Un buen ejemplo son aquellas ocasiones en las que oÃmos una palabra por primera vez. El proceso de discriminación auditiva de nuestro cerebro no procesa la palabra exacta tal como es, sino que realiza una aproximación a cómo se dice debido a que los fonemas suena muy parecido al oÃdo. De esta forma, nuestro cerebro termina sustituyendo unos por otros y la acaba interiorizando como si la palabra estuviese bien dicha. Y no se trata de fallos que comete una sola persona de manera individual, sino que además la extiende en su entorno.Lo cual no tiene que ver con una torpeza, sino con la educación oral de la lengua que la persona ha recibido a lo largo de su vida.
Es el caso, por ejemplo, de términos como palacana por palangana, furboneta por furgoneta, abuja por aguja o cocreta por croqueta. Algo que puede suceder tanto en la infancia como en la edad adulta. Son muchos los ejemplos que podemos poner de estos errores: idiosincracia por idiosincrasia, midicina por medicina; acituna por aceituna; pediórico por periódico; o tortÃculis en lugar de tortÃcolis.
La vocalización
Pero más allá de la morfologÃa, el español presneta multitud de variantes que tienen que ver con la pronunciación, como aquellas relacionadas con aspectos fÃscios. A veces, el cambio de punto de articulación de los fonemas que forman una palabra hace que por diferentes razones de tipo fÃsico sea complicada de pronunciar. Por ejemplo, piscis, que obliga a la lengua a ir a de una punta a otra de la boca casi de forma instantánea. Pero también la expresión «las rosas», donde la -s del artÃculo praácticamente desaprece para que podamos vibrar la lengua con la «r» de rosas.